EXPANSION 2012EXP22AGMAD8.18322/08/201307:30Directivos en veranoArtículo Quark (10260584)22/08/1300:57EXPANSION.ES/$Economía/$4579/$Directivos/$5794GENERALCLICHÉS ANTILIBERALES169909.26739839.461270829.60451460.9630.0000.000El mercado tiene fallos169909.26754825.454270829.98669811.4740.0000.000Carlos Rodríguez Braun. Madrid
Una variante del prejuicio antiliberal que comentamos en el artículo anterior es la teoría de los fallos del mercado, que prueba que el sesgo liberal de la teoría económica es una invención.
El origen de esa teoría suele remontarse al artículo de Bator de 1958, pero en realidad los fallos del mercado acompañan a la economía desde cualquier partida de nacimiento que le asignemos. Por ejemplo, mientras que es habitual que el economista convencional se niegue a considerar cualquier alternativa al monopolio público de la moneda con el argumento de que tiene externalidades, es muy infrecuente que se recuerde que quien planteó la noción de las externalidades y riesgos sistémicos del dinero y las finanzas (no con esas palabras, desde luego) fue nada menos que Adam Smith en La riqueza de las naciones de 1776 (los curiosos pueden verlo en las págs. 416-417 en la edición de Alianza).
De Mill a Stigler
De los fallos del mercado se ocuparon Mill, en 1848; Marshall, en 1890, Pigou, en 1920, y Robinson y Chamberlin con su análisis de la competencia imperfecta y el monopolio en la década siguiente, donde despuntó la estrella de Keynes, cuya Teoría General de 1936 es en realidad una sucesión de argumentos destinados a probar que los mercados no funcionan. Y así hasta hoy.
Pero entonces, dado este consenso, ¿negará alguien los fallos del mercado? No. Lo que cabe negar es el truco, parecido a lo que Schumpeter llamaba “vicio ricardiano”, de elaborar modelos sobre mercados perfectos con supuestos restrictivos, y después concluir que, como la realidad no se ajusta a esos supuestos, entonces el mercado no es eficiente y el Estado debe intervenir para corregir sus fallos.
De hecho, la propia profesión ha ido minando dicho truco, a veces de forma abierta, como Coase con sus demostraciones de que las externalidades no son necesariamente fallos del mercado, y de que los faros, bienes públicos paradigmáticos e indiscutibles desde Mill hasta Stiglitz, pasando por Samuelson, fueron provistos privadamente.
Buchanan, por su parte, impidió que los economistas siguieran en babia sobre el Estado, y logró que perdieran la inocencia y dejaran de contemplarlo como un ángel sin pecado, un sabio sin ignorancia y un eunuco sin pasión.
Más sutil, pero no menos interesante, es la admisión de los propios economistas mainstream de los límites de su propia criatura. Así, el mismo Akerlof admitió la posibilidad de soluciones de mercado al final de su artículo sobre los “limones”; Arrow apuntó que los fallos del mercado se pueden corregir con normas de conducta y códigos éticos; y Bator admitió que los famosos fallos se referían a un sistema “más o menos idealizado”.
Con su ironía característica, Stigler dijo que los que pontifican sobre los fallos del mercado son como el juez de un concurso de canto que, al oír al primer concursante, automáticamente le dan el premio al segundo.170142.46269811.474251989.571287108.3740.0000.00022658646.jpg170200.938287108.374270829.975350798.8450.0000.000Stigler ironizó sobre los que pontifican sobre los fallos de los mercados.170200.948352428.677270829.986356999.8770.0000.000Arrow apuntó que los fallos del mercado se pueden corregir gracias a normas de conducta y códigos éticos213125.552175771.759270829.986194504.2510.0000.000