EXPANSION 2012EXP17ENMAD10.16717/01/202007:30Economía/PolíticaEconomía / PolíticaLa importancia de Dolores Delgado (18294104)17/01/2000:21PINTOLa importancia de Dolores Delgado18170.00135937.466270830.00151075.5000.0000.00041044138.jpg18170.01149197.45948565.22269556.4240.0000.000Hay guerras que son de necesidad, por ejemplo la que se declaró a la Alemania de Hitler cuando invadió Polonia, y hay movilizaciones militares que se eligen y son wars of choice en la expresión de los profesionales de la cosa bélica. Las invasiones para cambiar el régimen de Sadam Husein en Irak y el de Muamar el Gadafi en Libia pertenecen, aunque hay discrepancias sobre ello, a este segundo patrón. En política existen los mismos dos modelos.
Hay polémicas que no se pueden evitar y la que surgió a raíz de la aplicación del artículo 155 de la Constitución cuando la Generalitat declaró unilateralmente la independencia fue una de ellas. También hay polémicas que son provocadas, no por sediciosos, sino por gobernantes.
Margaret Thatcher sutilmente incitó la huelga de los mineros británicos en la década de los ochenta del pasado siglo al ordenar el cierre de un pozo de carbón tras otro en cuanto supo que ganaría el pulso. Quería reducir a mínimos lo que entonces era un enorme poder sindical y lo consiguió. Algo parecido hace Emmanuel Macron que aguanta impertérrito huelgas y manifestaciones porque sabe que, sin recortes y nuevos enfoques, el actual Estado de Bienestar francés es insostenible.
En la España que estrena un gobierno de coalición progresista, la primera gran polémica política no se ha hecho esperar. Pedro Sánchez cesó a Dolores Delgado, titular de Justicia y acto seguido, nada más haber jurado sus cargos los ministros entrantes, y mientras se fotografiaban ufanos con sus flamantes carteras, la propuso como fiscal general del Estado. Es un ejemplo de libro de un encontronazo muy intencionado.
Las polémicas políticas provocadas por el que manda generalmente responden al afán de quebrar normas heredadas que hasta entonces estaban enmarcadas por costumbres y convenios establecidos. Y siempre que se elige una estrategia disruptiva la reacción es inevitable.
Cuando el campo de juego pertenece a magistrados, fiscales y jueces, que son prácticamente todos conservadores aquí y en todos los lugares donde impera el derecho y la ley, la incursión de los progres solivianta al personal de toda la vida. Ocurre lo mismo cuando liberales conservadores invaden el territorio sindical y atentan contra derechos acumulados o “conquistados”.
En el parecer de terceros, que pueden ser muchos y muy cualificados, la polémica provocada hiere el sentido y el bien común y constituye, por lo tanto, una disposición groseramente equivocada. Los que hoy se rasgan las vestiduras en España dicen que el nombramiento de Delgado resultará lesivo para la imparcialidad y para la independencia de la Fiscalía. El dramático nivel de su inquietud y de su irritación no admite dudas y tiene mucha cuerda.
El cañonazo de Sánchez
Al igual que los adversarios de Thatcher anteayer y los de Macron hoy, los de Sánchez dicen que el presidente del Gobierno ha cometido un error. Pero es seguro que Sánchez no lo ve así. Él, sin duda, dirá que ha acertado. No se ha metido un gol en propia puerta. Al revés, ha disparado un cañonazo contra la portería contraria. Conviene valorar la polémica iniciativa de Sánchez desde su propia óptica, porque a lo largo de los próximos 1.400 días él y Pablo Iglesias, su socio de coalición, provocarán a sabiendas y hasta el aburrimiento parecidas broncas. Disfrutarán epatando e incomodando a los fachas.
Desde el punto de vista de Sánchez y del de Iglesias, su vicepresidente segundo, el acierto consiste en dejar muy claro desde el primer día que el Gobierno progresista y dialogante recoge el guante de la “desjudicialización” de la política que le ha lanzado el secesionismo catalán.
Pedro y Pablo lo acopian porque su legislatura conjunta depende de ello. La manopla, que equivale a politizar la justicia, es sumamente escurridiza y muy difícil de incorporar a la mano en un Estado de Derecho. Pero ambos coinciden en que no hay mejor muestra de sus dialogantes intenciones con los secesionistas que la propuesta de que Delgado tutele a los fiscales. La bronca que ha desatado el nombramiento de Delgado no ha sorprendido a nadie y menos aún al presidente del Gobierno. Antes de ayer Natalia Velilla Antolín, magistrada y miembro del Comité nacional de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria, detalló en EXPANSIÓN los motivos de su “estupefacción” por el “insólito movimiento desde la primera línea del Ejecutivo para dirigir una de las instituciones estratégicas del Estado”. Y Rosa Díez, columnista de este diario, opinó que el presidente del Gobierno había actuado “con descaro, con desprecio a las instituciones, con chulería, sin vergüenza”.
El aluvión de críticas era perfectamente predecible, porque Delgado no fue un miembro más de su anterior Gobierno. Su nombramiento ha provocado una polémica porque su paso por la política, año y medio en el cargo, fue extremadamente polémico. Batió todas la marcas de desaprobación al ser reprobada tres veces por el parlamento.
Nada de esto lo puede ignorar Sánchez. Un presidente del Gobierno que quiere agradecer a un fiel colaborador a quien cesa después de que haya pisado muchos callos como miembro de su gobierno le ofrece una embajada o una empresa pública. Así todos contentos. Pero no. El presidente del Gobierno valora mucho la trayectoria política de Delgado y, al reconocerlo, ha optado por elevar la tensión que ella creó como ministra de Justicia.
Al proponer que Delgado esté al frente del Ministerio Público, Sánchez ha puesto sal en las heridas. Es el arrogante gesto de las dos tazas. ¿No hubiera sido más sensato evitar encontronazos inmediatos y tener los primeros cien días en paz para que todos se vayan acostumbrando al nuevo contexto político? Se vuelve así a la reflexión sobre si Sánchez ha errado o ha acertado. Y se vuelve a la interrogación de fondo: ¿por qué el desplante? Sánchez dice que el currículo de Delgado es “impecable” y, ciertamente, está avalado por sus muchos años como fiscal de la Audiencia Nacional antes de pasarse a la política.
No hay, por otro lado, nada que impida que un ex miembro de gobierno, en este caso ex ministra de Justicia, pueda ser fiscal general. Y el hecho es que Sánchez ha nombrado a Delgado porque puede hacerlo y porque la quiere a ella en el cargo en lugar de a cualquier otro. Ha sido, adrede, su elección, su choice.
Con decoro
El jefe del Ejecutivo puede proponer para el Ministerio Público a quien quiera entre los que reúnen la hoja de servicios y el perfil necesario para cumplir, a ser posible decorosamente, con el cometido. A la vez, se entiende como enteramente razonable que elija a quienes se acomoden a su particular proyecto de gobierno. Y este es el quid de la cuestión. Al apostar por Delgado, que es una elección intencionadamente disruptiva, Sánchez ha querido dar, nada más comenzar la legislatura, una clarísima señal de lo que se puede esperar del Gobierno de coalición que preside.
Habrá mucha legislación progresista, buenista, historicista, feminista, ecologista, animalista, laicista y de todo aquello, bien empaquetado, que concierne la revolución cultural posmoderna que puso en marcha José Luis Rodríguez Zapatero. Como es natural el Partido Socialista se mira en este antecedente y también lo hace, como punto de arranque, Unidas Podemos. Pero habrá más.
Rodríguez Zapatero, según su criterio, pasó la antorcha de que la “paz” en el País Vasco era posible. Sánchez asume que su meta es poner fin, como sea, al pleito catalán. Por eso ha elegido a Delgado. Ella se encargará de que los políticos que están en la cárcel salgan y de que los que esperan juicio no la pisen. En teoría, gracias a la confusa y espinosa “desjudicialización” de la política –¿dónde empieza, dónde acaba y qué quiere decir realmente?– el Gobierno de coalición podrá abordar la transformación de la faz de España que tanto anhela. Con sus polémicas provocadas, Thatcher cambió el Reino Unido. Macron, otro Júpiter de la política, está en ello con parecidas tácticas. Sánchez ahora emprende con paso ligero su ascenso al Olimpo. Su punto de partida no es halagüeño, pero sus particulares habilidades –la terquedad, la osadía y el amoldamiento a circunstancias cambiantes– le ayudarán a sortear las críticas de unos, las desconfianzas de otros y la debilidad de su representación parlamentaría. Ambición no le falta. Que nadie se llame a engaño. 18170.00073240.592270830.001358288.5000.0000.000ensayos liberales29848.74555136.68665046.82460999.8510.0000.000Tom Burns Marañón37872.80959974.44563541.09668850.8570.0000.000Dolores Delgado ha pasado de ministra a fiscal general del Estado para hacer concesiones a los presos independentistas.69415.202210414.611219395.601214161.1110.0000.000La designación de Dolores Delgado como fiscal general del Estado es un encontronazo muy intencionado de Sánchez, plenamente consciente de la polémica que ha suscitado. Sánchez quiere que Delgado saque de la cárcel a los independentistas condenados y evite nuevas penas. 69604.40153578.329270830.00172310.8210.0000.00041044139.jpg69604.40275583.389219395.601208432.0000.0000.000Sánchez quiere excluir de la justicia la cuestión catalana como le han pedido los secesionistas 69604.401218041.667116526.801239109.5560.0000.000El presidente pretende pasar a la Historia como el que encauzó la solución para Cataluña172473.201218394.444219395.601239462.3330.0000.000