EXPANSION 2012EXP11DIMAD10.13711/12/201907:30Economía/PolíticaEconomía / PolíticaEl fin de la OMC (18162115)11/12/1901:23PINTOLa Organización Mundial del Comercio está en una profunda crisis por la obstrucción de EEUU y las prácticas desleales de China con sus normas. 18170.00036100.000119169.26554832.4910.0000.000El fin de la OMC18170.00458572.000119169.26576119.6770.0000.00040770666.jpg18170.01174644.49048565.22295003.4540.0000.000La Organización Mundial del Comercio (OMC), creada en 1995 y continuadora del exitoso Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), de 1947, que ha sido el pilar central del multilateralismo y la cooperación en materia comercial desde la Segunda Guerra Mundial, está en una profunda crisis. Estados Unidos se salta sus normas cuando lo considera conveniente y establece aranceles de forma unilateral. China, sin incumplir la letra de la normativa, viola su espíritu y despliega un amplio abanico de prácticas que suponen una competencia desleal frente a las empresas de sus competidores. Y la Unión Europea, gran defensora del multilateralismo y las normas para la globalización, intenta sin éxito impulsar su reforma. Pero lo más grave es que el órgano de apelación del mecanismo de solución de diferencias de la OMC ha dejado de funcionar porque Estados Unidos ha bloqueado la renovación de los jueces que lo integran. Esto incrementa exponencialmente la incertidumbre en las relaciones económicas internacionales y tiene dramáticas implicaciones para la gobernanza del comercio global.
Tener reglas para la globalización comercial es importante porque sustituye la ley del más fuerte por el derecho internacional. Pero igual de importante es tener un tribunal que dirima conflictos comerciales mediante la interpretación y aplicación de las normas, ya que las disputas siempre se producirán, haya o no reglas. Es poco habitual que los estados acepten la jurisdicción de un tribunal supranacional que pueda decirles lo que tienen que hacer en contra de sus intereses de corto plazo. Y cuando lo hacen, muchas de las resoluciones de las organizaciones internacionales, especialmente de las que tienen que ver con el sistema de Naciones Unidas, simplemente no se cumplen porque carecen de mecanismos que lo aseguren. Por eso suele decirse que estas instituciones “ladran, pero no muerden”.
Esta Organización Mundial del Comercio nació al terminar la guerra fría, en un momento en el que se pensaba que el binomio capitalismo-democracia se terminaría por imponer en todo el mundo al tiempo que la globalización florecería. Entonces, para regular de manera adecuada los conflictos que surgieran del creciente comercio internacional, se acordó crear un mecanismo de resolución de diferencias con un órgano de apelación que se encargara de dirimir conflictos y de aprobar sanciones en el caso de que un estado o empresa sufriera un daño económico por la violación de las normas de la OMC por parte de otro estado o empresa. Y, como estas sanciones sí hacen daño porque generan pérdidas económicas, el tribunal de la OMC se erigió en el mecanismo más potente del sistema internacional para dirimir conflictos económicos y hacer cumplir las reglas (el GATT no tenía nada similar porque cualquier estado podía bloquear cualquier resolución sobre un litigio). De hecho, como ante la amenaza de sanciones los países están dispuestos a cambiar sus prácticas comerciales, pero sin sanciones no, cada vez hay más voces que abogan por introducir bajo el paraguas de la normativa OMC temas no estrictamente comerciales, desde los climáticos hasta los de derechos humanos, con el fin de asegurar su cumplimiento.
La irrupción de Trump
Todo funcionaba más o menos bien hasta que llegó Trump. Las decisiones del tribunal de la OMC se respetaban, se cumplían y se consideraban aceptables por los miembros de la organización. De hecho, había un amplio consenso acerca de que el tribunal de resolución de conflictos era la joya de la corona de la institución y que, en todo caso, tras 20 años de funcionamiento se le podrían aplicar pequeños ajustes para afinar su funcionamiento en algunos aspectos en los que habían surgido problemas. Pero la actual Administración estadounidense insiste en que el tribunal se está extralimitando (creando jurisprudencia al interpretar la normativa más allá de la aplicación de las reglas), que tarda demasiado en emitir sus sentencias (tiene estipulados 90 días y suele pasarse), que no sirve para cambiar las prácticas comerciales de China y que falla sistemáticamente en contra de Estados Unidos al aplicar un criterio para calcular el redondeo de precios en los procedimientos antidumping que no le convence. En algunos temas, como los plazos o la capacidad para modificar el modelo de capitalismo chino, tiene razón; pero en lo esencial no. Estados Unidos gana la gran mayoría de los litigios en los que participa y, los que pierde, afectan a menos del 5% de sus importaciones, por lo que, en principio, le convendría que el sistema siguiera funcionando (la UE, por ejemplo, cuando pierde casos, no cuestiona la legitimidad del tribunal).
Pero lo que parece cada vez más claro es que la Administración Trump pretende volver a los tiempos del GATT, una época en la que no existía autoridad alguna por encima de los tribunales nacionales y en la que las disputas se resolvían mediante llamadas telefónicas entre ministros o presidentes en las que Estados Unidos siempre tenía las de ganar cuando aparecía un conflicto comercial con uno de sus aliados (en aquella época China no era un actor relevante en la economía mundial y la intensidad del comercio –sobre todo en servicios– era mucho menor que ahora, por lo que regularlo correctamente era menos necesario).
Por eso, a medida que han ido expirando los mandatos de los jueces que tienen que formar los paneles del mecanismo de apelación del sistema de resolución de diferencias, ha vetado las nominaciones de todos los nuevos candidatos. Esto supone que, a día de hoy, el mecanismo de apelación no podrá tomar decisiones para dirimir nuevos conflictos por carecer de jueces para formar los paneles. Y si el tribunal no puede operar, ¿qué incentivo hay para cumplir las reglas?
Mientras Trump ocupe la Casa Blanca no parece probable que Estados Unidos vaya a dar marcha atrás, por lo que la UE está impulsando un mecanismo de resolución de conflictos paralelo que actúe de forma transitoria entre los países que lo suscriban al tiempo que acelera la negociación de acuerdos preferenciales, el último con Mercosur. El problema es que Estados Unidos no participaría de este sistema para dirimir conflictos y, por el momento, China, centrada en lograr un alto el fuego en la guerra comercial, tampoco. Todo ello demuestra que la UE tendrá que afinar sus herramientas de política exterior para desenvolverse en un mundo con cada vez menos reglas. Lo que no está claro es si está preparada para hacerlo. 123219.620275869.000223465.806358292.0000.0000.00070930.48677121.056118690.925358292.0000.0000.00018170.00099600.05667090.056358292.0000.0000.000Federico Steinberg44810.71285421.47565662.10594297.8870.0000.00040770668.jpg123219.62036100.000223465.806152234.5000.0000.000El director general de la OMC, Roberto Azevêdo, ayer, en Ginebra.123140.605153860.333223465.806157606.8330.0000.000Investigador del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid175051.978346409.300223576.361356746.8330.0000.000